¿Es posible que Frankenstein haya leído el Quijote?

Una apología a la ficción histórica

¡La vida secreta de los libros! Y es que los libros están compuestos por una miríada de libros escondidos, por corrientes intelectuales subterráneas y por personajes más reales que sus autores. Al fin y al cabo, todos estos elementos se convierten en ficción cuando permeados por la imaginación de un escritor o escritora, en un determinado contexto histórico y cultural.

Todo empieza cuando olemos un libro, como si eso fuera el primer contacto que nos invita a comprender su esencia. Y tras ese primer contacto, con el ovillo en manos, pregunto: ¿a quién nunca le ha interesado seguir el hilo de Ariadna para poder hallar la salida del laberinto? No hay obra que no esté repleta de intertextualidades secretas. Es más: cada punto de inflexión del hilo representa una intertextualidad, y el ser conscientes de esas referencias o pistas nos hace estar más cerca de la autenticad de una obra.

“El asesinato de Sherlock Holmes”, por Santiago Posteguillo

Pero no nos ilusionemos demasiado, lectores, porque nunca llegaremos a salir del laberinto. Porque ni siquiera los autores tienen total control sobre la trama ficcional que han crean y, por eso, quedan ellos mismos atrapados en una lucha incesante con el minotauro, que patrulla cada punto de inflexión. El autor tampoco termina de entender todas las capas sentido que su texto puede contener y se pierde en su proprio enredo.

En el momento que se publica un libro, es ahí cuando los lectores se convierten en los soberanos de los sentidos de una obra. Y hay un sentido distinto por cada lector. En la senda de todas estas interpretaciones, y con la antorcha de la pluralidad empuñada, aceptamos que una obra literaria no plantea más que laberintos sin salida. Aquí aceptamos acoger estos enigmas literarios y dejarnos llevar en un viaje sin retorno, por el tiempo y por la historia de la literatura universal.

Cuando se conoce bien al autor de una obra, ya sea porque alguien escribió su biografía, o porque hallaron correspondencia donde confidenciaba sus secretos, es posible hacer un puente entre vida y ficción. Y no pocas veces son esos detalles, exteriores a la obra, que suscitan la curiosidad y hacen florecer el entusiasmo y el interés para leer una obra clásica.

Recuerdo a mis maestros de Literatura y hoy comprendo mejor por qué antes de leer un libro debitaban todos los datos biográficos de su autor o autora y nos hablaban del contexto histórico y socio-político de la obra. Eran horas y horas de apuntes sin fin, pero esta era la metodología que funcionaba y suscitaba en mí el interés de leer dicho libro.

Algunas de las cosas que más me han deslumbrado ha sido descubrir, por ejemplo, que el amor romántico se inventó en la antigua Grecia y que desde ahí el Amor ha sido el tema central de incontables novelas; a partir de ahí, descubrir que el movimiento Romántico del siglo XIX no hizo más reinventar la forma de narrar ese Amor, con las lentes de un tiempo específico. Y cuando una obra narra el Amor de forma distinta, eso tiene repercusión en sus lectores, en la forma como sentimos en determino tiempo y espacio. Con esto, creo que es inevitable mencionar a Shakespeare (¿o quizás haya sido Marlowe?) que reinventó la forma de entender el “yo”, directamente influenciado por los clásicos greco-romanos. Sin embargo, totalmente innovador con respecto a los patrones literarios de su época, las obras de Shakespeare han incorporado 1.776 palabras a la lengua inglesa. Para nuevas realidades o ficciones, Shakespeare tuvo que inventar nuevas palabras. Y en cada época que nuestra especie transcurre, podemos observar como se expanden los límites del lenguaje y del pensamiento, es decir, los límites del “yo”, de lo que somos. Mucho de esto, ¡gracias a la literatura!

Por eso creo que hoy día nada más somos que enanos a hombros de gigantes, reinterpretando y narrando de diferentes formas, lo que hemos aprendido de los libros de historia, de las novelas de los gigantes, empapados del contexto socio-cultural del tiempo y del lugar en que vivimos. Así, sin más, se crean las ficciones históricas que tanto influyen en la memoria y en la educación sentimental de los lectores.

Aquí os dejo una intertextualidad mia: “A Hombros de Gigantes“, del genial Umberto Eco

Se trata de un hilo invisible que recurre los anhelos y las fantasías de otros tiempos y lugares, estampados en los libros que escribimos y que leemos hoy. Por eso, muy poco de lo que pensamos, leemos o escribimos es original. Me atrevo a decir que no existe originalidad, ¡todo es pastiche!

Desde la historia del origen del orden alfabético, a la noche en que Frankenstein leyó al Quijote (con los ojos de su genial creadora, Mary Shelley), hay todo un universo de ambigüedades, de intertextualidades, de pastiches descarados y misterios por resolver detrás un libro y detrás de un autor.

Como el mismo Santiago Posteguillo – autor de “La Noche en que Frankenstein leyó el Quijote” – admite: “este volumen recrea algunos de esos instantes, destellos fugaces de grandes momentos de la historia de la literatura universal.”

Las cortas ficciones que componen el libro cuentan lo que queda en las entrelíneas de esas grandes obras universales, como “Frankenstein”, de Mary Shelley. Cuentan cómo es cierto que ella leyó El Quijote mientras estaba en Suiza, y de cómo es cierto que aprendió español para poder leer El Quijote en el idioma de Cervantes.

Estos son los detalles fugaces a los que se refiere Santiago Posteguillo. Detalles y ambigüedades de los que se aprovechará para explorar y convertir en cortas ficciones, sin dejarse limitar por el rigor literario y biográfico, simplemente dando alas a su imaginación para convertir este libro en una lectura leve y deliciosa.

Basándose en hechos bien conocidos por los lectores en general, el autor recrea el resto de la trama, cual viajero del tiempo, omnipresente, que puede hasta describir los estados de ánimo de esos autores y los recuerdos de sus personajes de ficción poco convencionales. Y es aquí donde se nota que Santiago Posteguillo es profesor de Literatura y novelista histórico.

En estas cortas narraciones podría estar la clave que despertará a sus alumnos más desinteresados. Porque incluso sus escenas más inverosímiles serán capaces convencer a los más escépticos.

“Llevo muchos años impartiendo clases de literatura y descubrí hace tiempo que lo curioso, lo anecdótico o lo misterioso de la vida de los escritores y escritoras de todos los tiempos atrae a los estudiantes hacia sus obras, que es lo esencial: que lean sus obras” Santiago Posteguillo (Fuente: El Espectador)

Pero la lectura de “La Noche en la que Frankenstein leyó el Quijote” también trasmite la sensación de estar ante un ensayo para una obra de ficción mayor, como si cada cuento de este libro fuera un ejercicio para una nueva trama de ficción histórica. ¡Al final, y con un guiño irónico, confieso que esta puede ser la tan anhelada lectura ligera y rápida, para esos momentos en los que no nos queda mucho tiempo libre para adentrar en las grandes narrativas de los clásicos… Aun así, ¡queda registrado el intento admirable de Santiago Posteguillo de hacernos creer que Frankenstein leyó El Quijote y que Arthur Conan Doyle quiso haber muerto a Sherlock Holmes!

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